Pomuch es el pueblo donde se limpia la muerte

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En este pequeño poblado de Campeche, el Día de Muertos se vive con una intimidad que conmueve a propios y extraños

Allí, entre nichos color pastel y veladoras encendidas, los difuntos reposan todo el año en cajas entreabiertas, visibles a la luz del sol. Pero es en esta época, entre finales de octubre y los primeros días de noviembre, el cementerio se transforma en escenario de una de las tradiciones más singulares de México: la limpieza de huesos.

El ritual, conocido en lengua maya como Choo Ba’ak, se ha practicado en Pomuch desde hace más de 150 años, según sus pobladores. A diferencia de otros lugares del país donde se decoran altares o se encienden velas, aquí las familias acuden al panteón para limpiar cuidadosamente los restos óseos de sus seres queridos. No se trata de un acto macabro, sino de amor y respeto: un gesto que reafirma la conexión entre vivos y muertos.

Desde mediados de octubre, los habitantes se preparan para la llegada de las ánimas. Cada familia trae consigo flores, velas y paños bordados con el nombre del difunto, que servirán como base limpia donde reposarán los huesos. Mientras unos desempolvan los cráneos con delicadeza, otros charlan y ríen. No hay tristeza en el aire, sino una sensación de reunión familiar, de continuidad.

Para muchos, limpiar los huesos de sus padres o abuelos es un acto profundamente espiritual. Sin embargo, hay quienes prefieren dejar la tarea en manos expertas, como las del sepulturero del pueblo. Hay que saber que deben pasar al menos tres años desde la muerte para realizar la primera limpieza, cuando el cuerpo ya se ha descompuesto por completo.

Cada detalle del ritual tiene un sentido. Los huesos se lavan de arriba hacia abajo —del cráneo a los pies— y se ordenan cuidadosamente dentro de una pequeña caja que, al igual que el paño, se renueva cada año. Cambiar el lienzo simboliza darles “ropa nueva” a los muertos. El cementerio se llena entonces de colores, bordados de flores y nombres que evocan la vida cotidiana del pueblo. Las cajas permanecen entreabiertas todo el año, para permitir que los difuntos reciban el sol y puedan “salir” cuando lo deseen.

Durante los días previos al 1 de noviembre, Pomuch se convierte en un destino único para viajeros curiosos, fotógrafos y antropólogos. No hay ceremonia oficial ni espectáculo turístico: la magia ocurre de forma natural, en silencio, entre conversaciones y risas suaves. Los visitantes caminan con respeto entre los nichos y observan cómo los pomucheños renuevan el vínculo con sus antepasados.

En este rincón del sureste mexicano, la muerte no es ausencia, sino presencia constante. Los vivos conviven con sus muertos con la misma naturalidad con que se cuida un jardín o se limpia una casa. Quizá por eso, en Pomuch no se teme al paso del tiempo. Aquí, el recuerdo no se marchita: se desempolva cada año, se viste de flores y se acomoda en una caja abierta al sol.

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